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Cierro los ojos. Respiro profundamente. Dispongo mi cuerpo, abro bien los oídos y escucho el paisaje sonoro a mi alrededor. No se puede forzar la sinfonía. Espero pacientemente y percibo cómo van sucediéndose uno tras otro los diferentes sonidos que pueblan el momento presente. Percibo sus texturas, su duración, el eco que dejan en el espacio -como una estela al irse apagando-, la huella que imprimen en mi ánimo. Me siento habitar un mundo entretejido de sonidos y silencios. Hay una actitud interior activa, despierta, pero escuchar es un acto fundamentalmente receptivo, de acogida.

Escuchar es un gesto que involucra al cuerpo entero. No sólo escuchamos con los oídos. Necesitamos el cuerpo entero para escuchar bien porque, para escuchar bien, hemos de movilizar la atención y la atención que requiere la escucha supone una cierta disposición corporal y una buena dosis de silenciamiento interior. Cuando hay comunicación, por ejemplo, se produce una suerte  de sincronización entre ciertas áreas cerebrales de los interlocutores que favorece la empatía y el apego seguro.

Es como una especie de contagio: Las áreas del cerebro del que escucha intentarán asemejarse a las áreas del cerebro del hablante. Cuando esto ocurre podemos comprender al otro

Nazareth Castellanos

Piensa en alguna ocasión en la que te hayas sentido realmente escuchado/a, comprendido/a por otro ser humano. ¿Qué produce un encuentro así en ti?, ¿qué actitudes, cualidades o destrezas de tu escuchante resaltarías y sientes que son las que te han proporcionado esa sensación de sentirte escuchado/a y sentido/a por el otro? ¿Cómo era su disposición corporal, su mirada, su respiración, su silencio, su intervención?…

Escuchar es algo más que oír y escuchar empáticamente es algo más que simplemente escuchar. Supone escuchar y comprender la experiencia única de la otra persona y comunicar fielmente esta comprensión. Es crear un espacio compartido donde quien es escuchado/a pueda sentirse sentido/a. Este modo de estar presente en la escucha resulta sanador y contribuye a generar el contexto apropiado para permanecer presente con la experiencia propia, autoexplorarla y acceder a los recursos de los que disponemos para afrontar los retos y desafíos de nuestra realidad particular. Por eso el escuchar alivia, aligera la carga, sana.

Para escuchar de esta manera necesitamos estar muy presentes para el otro. Esto supone centrar nuestra atención y estar abiertos a lo que la otra persona comunica, tanto verbal como no verbalmente, tanto en el mensaje que nos transmiten sus palabras y sus silencios, como en lo que nos dejan entrever sus gestos, sus tensiones, la mueca de su rostro. Y también supone crear espacio en nuestro interior para acoger el mundo del otro y para hacernos conscientes, al mismo tiempo, del impacto que genera en nosotros, sin reaccionar automáticamente, sin emitir juicios o enredarnos en nuestros propios pensamientos y cavilaciones. Tal vez por ello, la meditación, zazen, es una buena escuela para la escucha.

Presencia es pura acción receptiva, una atención que no se ata a nada; es más bien sentir, percibir con gran atención, escuchar atentamente con todos los poros del cuerpo. Lo que surge en la consciencia no es juzgado ni caracterizado.

Willigis Jäger

Escuchar de esta manera no resulta fácil. Las distracciones, los juicios, el adelantarnos a dar consejos, a contar nuestra propia experiencia o a hacer valer nuestras opiniones e interpretaciones, la incomodidad que pude generarnos en un momento dado lo que el otro nos comunica, etc. son algunas de las dificultades que pueden impedirnos una escucha atenta y profunda. Para escuchar realmente necesitamos tiempo, espacio, pausa y silencio. Necesitamos tener los cinco sentidos abiertos. Necesitamos estar verdaderamente para el otro. De ahí que escuchar empáticamente sea una muestra de respeto y consideración, a la vez que un precioso regalo.

De esta forma, escuchar atentamente puede entenderse como un ejercicio meditativo en el que ejercitamos la atención plena en el encuentro con la otra persona. Y una parte del proceso de la escucha empática consiste en hacer sentir al otro nuestra comprensión de lo recibido, es decir, nuestra respuesta empática, comunicando mediante ella lo que hemos captado del sentir del otro. Con mucha frecuencia, nuestras respuestas espontáneas cuando escuchamos a los demás, sobre todo en ámbitos de cierta intimidad, tienden a centrarse en los juicios o valoraciones que hacemos acerca de lo que nos comunican; o a interpretar y analizar los porqués de lo que se experimenta; o a quitar hierro a los asuntos tratando de minimizar su impacto como forma de consolar o apoyar al otro; o a aconsejar y proponer todo tipo de posibles soluciones sin permitir una autoexploración y autocomprensión más sólida o profunda.

Frente a todo ello, la respuesta empática que surge de una escucha profunda simplemente se limita a reflejar lo más fielmente posible la experiencia del otro tal y como ha sido recibida, devolviendo en nuestras propias palabras lo esencial de nuestra comprensión de lo que hemos escuchado. Es como poner en palabras lo que hemos observado en el acto de la escucha, es decir, nuestra comprensión de los contenidos y los sentimientos que nos han sido comunicados.

Ser escuchados de esta manera nos ayuda a distanciarnos de aquello que nos aqueja, para poder observarlo con mayor perspectiva. Además, recompone nuestros vínculos con los demás y con nosotros/as mismos/as, refuerza nuestra sensación de sentirnos acogidos/as y comprendidos/as en nuestra humanidad, rompiendo así nuestra sensación de aislamiento e incomprensión. Y, por otra parte, hace que podamos también aclarar nuestra confusión, comprendernos mejor y acceder a los recursos de los que disponemos para afrontar lo que nos preocupa o inquieta. Al comprendernos mejor, al vernos con más claridad, vamos encontrando por nosotros mismos las respuestas que necesitamos. Lo que implica que empezamos a tomar contacto con nuestra propia sabiduría.

Se acercan fechas propicias para el encuentro y para el regalo. Tal vez podamos incluir entre ellos nuestra disposición y nuestro ofrecimiento para la escucha en todos nuestros ámbitos cotidianos. También en nuestras comunidades de práctica. Hagamos de nuestras Sanghas lugares propicios para una escucha auténtica, profunda. Lugares donde encontrarnos y comprendernos, acogernos y ayudarnos mutuamente en nuestra común aspiración al Despertar.

Texto proveniente de Nube Vacía,

línea Zen